Viernes Santo
Hoy, y en este mismo día de cada año, el hombre se despierta sobresaltado de su profundo sueño y se yergue ante los fantasmas de los siglos, mirando con lágrimas en los ojos hacia el Monte Calvario para presenciar a Jesús el Nazareno clavado en la Cruz... Pero cuando el día termina y llega la noche, la humanidad regresa y se arrodilla ante los ídolos, erigidos en cada colina, cada pradera y cada mercado de trigo.
Hoy, las almas cristianas viajan en el ala de los recuerdos y vuelan a Jerusalén. Allí se encontrarán en multitudes, golpeándose el pecho y mirándolo fijamente, coronado con una corona de espinas, extendiendo sus brazos al cielo y mirando desde detrás del velo de la Muerte hacia las profundidades de la Vida...
Pero cuando el telón de la noche caiga sobre el escenario del día y el breve drama concluya, los cristianos regresarán en grupos y se acostarán a la sombra del olvido entre las colchas de la ignorancia y la pereza.
En este día único del año, los filósofos abandonan sus oscuras cuevas, los pensadores sus frías celdas, los poetas sus pérgolas imaginarias, y todos permanecen reverentes sobre esa montaña silenciosa, escuchando la voz de un joven que dice de sus asesinos: «Oh, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Pero mientras el oscuro silencio ahoga las voces de la luz, los filósofos, pensadores y poetas regresan a sus estrechas grietas y amortajan sus almas con páginas de pergamino sin sentido.
Las mujeres que se afanan en el esplendor de la Vida se levantarán hoy de sus cojines para ver a la mujer afligida de pie ante la Cruz como un tierno retoño ante la furiosa tempestad; y cuando se acerquen a ella, oirán un profundo gemido y un doloroso dolor. Los jóvenes que corren con el torrente de la civilización moderna se detendrán hoy un momento y mirarán hacia atrás para ver a la joven Magdalena lavando con sus lágrimas las manchas de sangre de los pies de un Santo suspendido entre el Cielo y la Tierra; y cuando sus ojos superficiales se cansen de la escena, se irán y pronto reirán.
En este día de cada año, la Humanidad despierta con el despertar de la Primavera y se queda llorando bajo el Nazareno sufriente; luego cierra los ojos y se entrega a un sueño profundo. Pero la Primavera permanecerá despierta, sonriendo y progresando hasta fundirse con el Verano, vestida con perfumadas vestiduras doradas. La Humanidad es una doliente que disfruta lamentando los recuerdos y héroes de las Eras... Si la Humanidad poseyera entendimiento, habría regocijo por su gloria.
La Humanidad es como un niño que se alza con alegría junto a una bestia herida.
La Humanidad ríe ante el torrente que se fortalece y arrastra al olvido las ramas secas de los árboles, y barre con determinación todo aquello que no está sujeto por la fuerza. La humanidad ve a Jesús el Nazareno como un pobre nacido que sufrió la miseria y la humillación con todos los débiles. Y es compadecido, pues la humanidad cree que fue crucificado dolorosamente... Y todo lo que la humanidad le ofrece son llantos, lamentos y lamentaciones. Durante siglos, la humanidad ha venerado la debilidad en la persona del Salvador.
¡El Nazareno no era débil! ¡Fue fuerte y es fuerte! Pero la gente se niega a comprender el verdadero significado de la fuerza.
Jesús nunca vivió con miedo, ni murió sufriendo ni quejándose... Vivió como un líder; fue crucificado como un cruzado; murió con un heroísmo que atemorizó a sus asesinos y torturadores.
Jesús no fue un pájaro con las alas rotas; fue una tempestad furiosa que rompió todas las alas torcidas. No temió a sus perseguidores ni a sus enemigos. No sufrió ante sus asesinos. Libre, valiente y audaz fue. Desafió a todos los déspotas y opresores. Vio las pústulas contagiosas y las amputó... Silenció el Mal, aplastó la Falsedad y sofocó la Traición.
Jesús no vino del corazón del círculo de la Luz para destruir hogares y construir sobre sus ruinas conventos y monasterios. No persuadió al hombre fuerte a convertirse en monje o sacerdote, sino que vino a enviar a esta tierra un nuevo espíritu, con el poder de derrumbar los cimientos de cualquier monarquía construida sobre huesos y cráneos humanos...
Vino a demoler los majestuosos palacios, construidos sobre las tumbas de los débiles, y a aplastar los ídolos, erigidos sobre los cuerpos de los pobres. Jesús no fue enviado aquí para enseñar a la gente a construir magníficas iglesias y templos en medio de las frías y miserables chozas y las lúgubres casuchas... Vino para hacer del corazón humano un templo, del alma un altar y de la mente un sacerdote.
Estas fueron las misiones de Jesús el Nazareno, y estas son las enseñanzas por las que fue crucificado. Y si la Humanidad fuese sabia, hoy se levantaría y cantaría con fuerza el canto de la conquista y el himno del triunfo.
Oh, Jesús Crucificado, que contemplas con tristeza desde el Calvario la triste procesión de los siglos, y escuchas el clamor de las naciones oscuras, y comprendes los sueños de la Eternidad... Tú eres, en la Cruz, más glorioso y digno que mil reyes sobre mil tronos en mil imperios...
Tú eres, en la agonía de la muerte, más poderoso que mil generales en mil guerras...
Con tus penas, eres más alegre que la primavera con sus flores... Con tu sufrimiento, eres más valientemente silencioso que los ángeles que lloran en el cielo...
Ante tus azotadores, eres más resuelto que la montaña de roca... Tu corona de espinas es más brillante y sublime que la corona de Bahram... Los clavos que atraviesan tus manos son más hermosos que el cetro de Júpiter...
Las salpicaduras de sangre en tus pies son más resplandecientes que el collar de Ishtar.
Perdona a los débiles que hoy te lamentan, pues no saben cómo lamentarse...
Perdónalos, pues no saben que Tú has vencido a la muerte con la muerte y has dado vida a los muertos...
Perdónalos, pues no saben que Tu fuerza aún los espera...
Perdónalos, pues no saben que cada día es Tu día.